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Yo confieso: famosas españolas que han admitido sus infiernos personales con la anorexia y la bulimia

María Patiño quizás ha sido la famosa española más explícita sobre sus problemas con la bulimia: «Durante años viví en una mentira, tapando y ocultando, intentando que mi entorno no se diera cuenta de lo que me ocurría. Entretanto, el daño a nivel físico iba siendo cada vez mayor. Llegó un momento en que la gente a mi alrededor vio que algo me ocurría, comenzó la preocupación y, con ello, un enfrentamiento más. Los problemas se multiplicaban y, pese a que fui a muchos médicos y psicólogos, ninguno era capaz de ayudarme a salir del pozo».

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Y sigue: «Finalmente, tuve la suerte de entrar en una unidad experimental en Sevilla y esa terapia, similar a las que se emplean para curar adicciones, fue mi tabla de salvación. A partir de ahí, comenzó un trabajo muy personal, de años, en los que aprendí a controlar la ansiedad, a usar trucos y técnicas de relajación, a identificar los pensamientos negativos… Al igual que uno no puede saber cuál es el día en el que uno se desenamora, tampoco yo sé qué día fue el que me desenganché. El caso es que logré recuperarme, aunque en esto pasa como con el alcohol: se supera, pero siempre está ahí».



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La modelo Nieves Álvarez publicó el libro Yo vencí a la anorexia, donde desvela su caso: «Nadie sabía en casa que yo quería ser modelo, pero era lo que más deseaba en el mundo. Pensé que podía serlo cuando aún no había cumplido los quince años, y ese deseo coincidió con el inicio de mi enfermedad. Me dejé llevar por los consejos de las revistas en las que venían dietas y recomendaciones. El médico miró a la enfermera y se echó a reír. Pero ¿alguien cree que una cosa tan guapa va a tener anorexia? Ésas son cosas de mamá. Yo estaba feliz porque el médico me había dado la razón: no estaba enferma, lo que ocurría es que mi madre estaba obsesionada y demasiado pendiente de nosotros. Ese miedo a la gordura me atenazaba a pesar de que siempre he sido muy alta. Cuando empecé a adelgazar, cada kilo que perdía era como una victoria. Me sentía mejor y mejor y mejor hasta que me obsesioné brutalmente. Si alguna vez mi peso aumentaba, aunque fuera en 100 gramos, lo vivía como algo dramático, me entristecía y me sentía vacía e inútil».