Ser una celebrity es el sueño de mucha gente. No obstante, el hecho de aparecer en películas o programas de éxito y cobrar (mucho) por ello, lleva implícito el precio de la fama: ausencia absoluta de tu intimidad y una legión de fanáticos a tus espaldas que se mueren por hablarte, tocarte o hacerse una foto contigo.
Ariana Grande ya no es la cándida y dulce chica Nickelodeon de sus inicios. A pesar de su metro y cincuenta y tres centímetros de altura ahora se postula como una de las divas de la música actual y como tal, actúa.
En sus photocalls pide a los paparazzi que les enseñen las fotos tomadas por si sale bien, y en ciertas ocasiones ha despreciado a sus fans riéndose incluso de ellos. En París, mientras ella iba en coche, unos fans la siguieron en moto durante kilómetros. Ella bajó la ventana, cantó con ellos e hizo caso omiso a los chicos, que le pidieron que se parase un segundo a hacerse una foto. El coche aceleró y los chicos quedaron atrás.
«¡No me dejan hablar los maricones estos!». Estas fueron las desafortunadas palabras que utilizó Marta Sánchez mientras daba el pregón del Orgullo Gay de Madrid en 2007. La cantante empezó a leer el discurso en inglés y el público concentrado en la Plaza de Chueca no le dejaba continuar su speech con fluidez.
Tras pronunciar tan inoportuna frase, y habiéndose dado cuenta enseguida de que lo que había dicho no era lo más apropiado, Marta, valiéndose de su zalamería y sus tablas con el público exclamó: «¡Viva Chueca y la mariconería!».
