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domingo, 5 mayo 2024

Lo que la relación de la reina Isabel de Inglaterra y su hijo Carlos esconde: desconfianza e incomprensión

La reina Isabel de Inglaterra se encuentra más cerca que nunca de abdicar. A sus noventa años, la soberana ha observado un bajón físico que le ha hecho aminorar el ritmo. No se encuentra en plena forma y no parece que vaya a alcanzarla dado lo avanzado de su edad. En igual situación se encuentra su consorte, Felipe de Edimburgo, a quien ya le pesan los actos públicos a sus noventa y cinco primaveras.

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Isabel de Inglaterra

El hecho de que se anunciara que la soberana y su esposo retrasaban su viaje a Sandringham para disfrutar de la tradicional Navidad al estilo Windsor hizo saltar las alarmas. Se alegó que la pareja estaba muy resfriada y de ahí la tardanza. No obstante, ante el tsunami mediático desatado, Isabel y Felipe viajaron antes de lo prescrito por los facultativos para callar bocas. El efecto Sandringham ha hecho que en Inglaterra se empiece a hablar sobre la conveniencia de que la soberana abdique en favor de su hijo. Es cierto que Isabel siempre ha considerado que los reyes no cesan en su cargo y que solo la muerte les releva. Sin embargo, visto que empieza su ocaso, lo normal sería que diera paso a su hijo Carlos.

1456245706_099473_1456246117_noticia_normal Carlos de Inglaterra nunca ha sido lo que llamaríamos un hombre fuerte. Muy sensible y dado a la ensoñación, el mayor de los hijos de la soberana inglesa ha dado más de un disgusto a sus padres. La sombra de su madre ha sido muy alargada y ha conseguido engullirlo. Aunque jamás lo ha manifestado públicamente, los gestos de Isabel de Inglaterra han mostrado claramente que no confía en él para sucederla. De hecho, ha llegado a filtrarse que su favorito para estas lides es su nieto Guillermo, a quien considera un joven responsable y comprometido con la monarquía. Tan solo hay que ver que el número de actos del duque de Cambridge es superior al de su padre.

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El matrimonio del príncipe Carlos y Lady Di fue tormentoso. Diana se casó muy enamorada pero en su luna de miel unos gemelos de su esposo, con unas iniciales correspondientes a los nombres en clave de Carlos y Camila, la alertaron de que algo ocurría. Criado en la idea de que podía hacer lo que le venía en gana, el príncipe de Gales no dudó en simultanear a su esposa con Camila, entonces también casada. Este hecho sumió a Diana en una espiral de cuadros de bulimia y depresión. La situación llegó a un límite en que no cabía otra salida que el divorcio. La reina, en uno de sus discursos, se refirió a la crisis sentimental profunda que sufrían Charles y Diana y la englobó dentro de lo que denominó como annus horribilis.

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Si hay un año que la reina Isabel de Inglaterra quisiera borrar de su memoria es 1992. La monarquía se vio duramente resentida por los problemas conyugales de Carlos y Diana, que hicieron que el estado anímico de la princesa se viera profundamente afectado. Por otra parte, Andrés y Sarah. Las fotografías de la duquesa de York junto a un financiero, tomadas en el sur de Francia, que le lamía el pie dieron la vuelta al mundo. Aquello constituyó un gran escándalo que se intentó amainar con la separación. A partir de ese momento, la reina condenó a Sarah Ferguson al ostracismo. Y como no hay dos sin tres, Isabel de Inglaterra vio con incredulidad que su hija Ana y Mark Philips también se decían adiós. El incendio que se desató en el Palacio de Windsor hizo que la opinión pública pusiera el foco en los gastos de reconstrucción, y de ahí a tratar las ventajas fiscales que disfrutaba la familia real hubo un paso.

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Una de las razones por las que la soberana inglesa recela de su hijo para sucederla es porque le recuerda en mucho a su tío, el príncipe Eduardo, que abandonó el trono por amor a Wallis Simpson. Para Isabel II, el hecho de que Carlos haya antepuesto su corazón a sus obligaciones monárquicas es un claro indicio de que no está preparado para el cargo, ni lo estará. De ahí la teoría que asegura que la reina está por la labor de saltarse a Charles en favor de Guillermo. Isabel de Inglaterra jamás perdonó a su tío que la privara de una infancia normal. Como se recordará, tras su abdicación, fue el padre de Lilibeth, Jorge VI, quien se convirtió en rey. El resentimiento de la soberana a su tío también era compartido por su madre. La verdad es que el matrimonio de Jorge VI y su mujer, Isabel Bowes-Lyon estaba basado en el amor. La pareja estaba muy unida y el centro de su universo eran sus hijas, Isabel y Margarita. La suya era una vida de cuento de hadas hasta que la Corona requirió de sus servicios.

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Criado entre algodones, el príncipe Carlos está bastante alejado de la realidad. No ha tenido el más mínimo interés en cruzar la barrera que separa palacio de la calle. No sabe lo que cuesta un café y no viajó en taxi hasta pasada la cincuentena. Su círculo se reduce a un selecto grupo donde solo tienen entrada royals y VIPS. No le gusta el contacto con la gente de a pie y eso hace que su imagen no cotice al alza. Por otro lado, los británicos censuran la manera en que se comportó con la madre de sus hijos. No entienden el hecho de que se casara con una mujer de la que no estaba enamorada y que la sometiera al escarnio público en nombre de Camilla.

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Si en algo destaca Carlos de Inglaterra es en su faceta de padre. Los príncipes Guillermo y Harry mantienen una excelente relación con él. Demostrando su generosidad, ambos tuvieron una participación importante en la boda del príncipe con Camilla. Especialmente difícil para el príncipe de Gales fue capear con los comentarios que achacaban la paternidad de Harry a James Hewit. Lejos de centrarse en él, el heredero lo hizo en el menor de sus hijos, profundamente afectado y abatido por el tsunami mediático. Aquello marcó su carácter y buscó consuelo en el living la vida loca. Carlos de Inglaterra también estuvo ahí para ayudarle a integrarse en una vida sana y ordenada.

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La relación entre Isabel II y su hijo Carlos nunca ha sido fácil. Para la soberana, devota creyente de que la obligación está por encima de todo y que el tiempo no puede perderse en tonterías, Carlos es una rara avis a la que califica de extravagante y difícil. La reina ni entiende ni comprende la afición de Charles al dolce far niente. Tampoco que no haya aprovechado las oportunidades a su alcance para formarse. Y es que ella no fue al colegio porque sus padres así lo decidieron. Recibía lecciones de materias muy concretas. Fue al llegar al trono cuando se dio cuenta de lo escasos que eran sus conocimientos intelectuales y tomó un profesor particular para que la instruyera. Está claro que madre e hijo son la noche y el día y que están condenados a no entenderse.

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A medio camino entre el siglo pasado y el presente, Carlos de Inglaterra es el claro ejemplo de alguien que no encuentra su lugar. Le pesa la educación recibida, desfasada e inútil para el mundo en que vivimos. Es inseguro y de ahí que se refugie en sus amigos de siempre. La fortaleza de su madre contrasta con su debilidad. De ahí que ni él mismo se vea el candidato perfecto para suceder a la soberana. Encima, él también ha tenido su propia Wallys Simpson en forma de Camilla Parker-Bowles. Prefiere esconderse en sus brazos que afrontar obligaciones. De cuando en cuando, saca su vena filantrópica y recibe a VIPS que pagan una morterada por disfrutar de su compañía. La recaudación la dona a diferentes obras sociales. Tampoco acierta en esto. Rodearse de celebrities aumenta su fama de frívolo. Malos tiempos para la lírica…