En busca de la tranquilidad perdida. Ese podría ser el resumen perfecto para entender el motivo por el que Alba Carrillo ha optado por desaparecer de las redes sociales. Una decisión que pillaba por sorpresa a sus seguidores pero que era esperada para quienes sabemos del sufrimiento que le provoca ser el centro de atención en tiempos revueltos.
Porque Alba necesita abrazar a la serenidad. No es cierto que haya plantado al mundo virtual por consejo o directriz de su abogada, Teresa Bueyes, ni tampoco que haya sido una imposición de Fonsi Nieto. Su decisión -que es puntual- se debe a su innegable hartazgo. A ese Tócame Roque en el que se había convertido su red social. La misma en la que hace unos días publicó su último vídeo haciendo un show navideño para su familia. Una escena divertida y habitual en cualquier familia que no solo ha tenido una gran repercusión, sino que ha servido para volver a golpearle en los medios.
En boca de todos
Cuestionan su tristeza y ridiculizan sus momentos felices. Nada les encaja de una vida oculta tras las tinieblas del desamor. Porque aunque haya quien se empecine en cubrirle con un manto de frivolidad, la realidad de Alba es amarga e incluso dramática. Ella sonríe ante los envites de la vida pero llora amargamente cuando nadie la ve. Son injustos aquellos que, desde el desconocimiento, le atizan sin pestañear. Más de uno cambiaría de actitud si analizara las situaciones abandonando la superficie y adentrándose en las oscuras profundidades. Nada hay de cierta en esa irrealidad que algunos dibujan con insolente inmisericordia desde tribunas publicas. Muchas apreciaciones vienen precedidas por micromachismos que, refrendados por mujeres, resultan tan hilarantes como incomprensibles. Es el flanco fácil: la maniquí de rasgos angelicales, medidas de infarto y una proyección mediática inusitada. Lo que es evidente es que renacerá. Como siempre.
