El pasado martes 13, Letizia Ortiz nos sorprendió a todos con un look absolutamente rompedor, no solo por su acertadísimo estilismo sino por el efecto semi wet de su pelo que que nos dejó con la boca abierta. Y sabemos que comunicamos no solo con la palabra, sino que nuestra vestimenta también habla de nosotros, habla de la tribu social a la que pertenecemos y habla de nuestro estado anímico. Es evidente, por tanto, que la Reina esa noche estaba segura de sí misma. Esto me obliga a echar la vista atrás y ver que poco o nada queda de aquella mujer que recatadamente vestida de Adolfo Domínguez con pantalón negro y blazer blanca se presentaba delante de todos los españoles como la prometida del Príncipe Felipe.
Estos doce años de matrimonio, le han servido a doña Letizia para asumir que “el ejemplo impagable de la reina”, de poco le va a servir. Tiene un carácter indomable que ha ido afianzándose a medida que va cogiendo peso en su matrimonio y en la Institución, y eso se nota en la evolución de su vestimenta. Los primeros años de matrimonio solía llevar siempre traje pantalón , abusaba del negro, y se mostraba apocada en público, sobre todo cuando su familia política estaba presente. Era en esos momentos cuando más alejada, distante y tímida se mostraba. Era evidente que no formaba parte de ella. Difícilmente acertaba con su vestimenta convirtiéndose en el objetivo principal de la prensa más conservadora y achacándola no conocer ni el protocolo ni tener un estilo definido.
Poco a poco, y según se iban cociendo en las cocinas de Zarzuela el malestar por el Caso Noos fue alejándose también del modisto de cabecera de la Infanta Cristina, Lorenzo Caprile. Gran error. Aún tenemos en la retina el traje de rojo que lució en la ceremonia de boda de Mary Donalson y Federico de Dinamarca, con el que obtuvo matrícula de honor en su presentación en sociedad que con tanto esmero cuidó doña Sofía.
Decidió la Reina confiar en un desconocido modisto, para marcar esa distancia con sus cuñadas. Y los magníficos vestidos de Lorenzo Caprile dieron paso a los de Felipe Varela, que se encargó de vestir a la antigua periodista de tonos muchos más sobrios, flores, encajes y volantes que tan alejados están de la personalidad de la periodista. Si bien es cierto que encajaba a la perfección los vestidos de cóctel, los de gala dejaban mucho que desear. Visto uno, vistos todos.
Y eso ocurría mientras Letizia iba asegurándose en su papel y ha ido cogiendo fuerza no solo como reina sino como mujer, de ahí a que los últimos estilismos escogidos, tanto para ese primer viaje a Portugal, donde los reyes retomaron su agenda internacional, como para la entrega de los premios Mariano de Cavia, donde la reina demostró que sí, que hay vida después de Felipe Varela. La Reina ya ha asumido que no todo el monte es orégano y que es la Institución la que marca sus pasos y agenda, que las más pequeñas decisiones que puedan afectar a la Institución monárquica no son tomadas por el matrimonio. A medida que vaya pasando el tiempo veremos esa evolución de la mujer a través de su vestimenta, y como doña Letizia se va afianzando y tomando poder, por mucho que la Institución se lo haya restringido.
