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Isabel Pantoja: la reencarnación de Juan Gabriel que dedicó una canción a Julián Muñoz

Ahí estaba ella. Isabel Pantoja reaparecía en Aranjuez entre vítores y aplausos. Parecía una Virgen aún sin serlo. Vestida de blanco, impoluta, demostrando señorío y tronío. Su voz, perfecta, dibujaba sueños a cada nota. La vuelta de la Reina de la Tonadilla convertida ahora en la reencarnación de Juan Gabriel. Máxima emoción. Pantoja era otra. Me costó reconocerla entre tanto retoque que le han dejado inerte. Tanto como su mirada, triste, como la de un gato asustado, como la de una penitente recién salida de la cárcel.

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Pletórica, le costó recuperar su esencia. Se le notaba incómoda sobre el escenario, aún estando acompañada por ochenta y tres músicos que cubrían, sin duda alguna, cada uno de sus quejíos mexicanos. Isabel dedicó el concierto a su madre y, con un beso al cielo, al Divo de Juárez, muerto antes de que pudiera despedirse: «Ay», suspiró antes de iniciar una de las canciones con más mensaje. La que dedicó, tal vez, a ese Julián Muñoz que le arrastró hasta chirona: «es que fuiste de muy malo, vete de mi vera, vete, vete, vete».

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Pocas palabras dedicó a un público que aplaudía con fervor: «viva la madre que te parió», «te queremos Isabel», dedicaban con soltura desde los palcos: «Yo también os quiero», les correspondió después de toser reiteradamente, un gesto de nerviosismo incontrolable. Porque Pantoja estaba nerviosa, sí, pero apenas se le notaba. Flanqueada por su hijo Kiko, que siguió el concierto desde el escenario, se sentía más segura: «Gracias al mundo, gracias de corazón. Aquí estaremos Hasta que se apague el sol», pronunció para poner el broche de oro al concierto presentación.