
Ana Obregón vuelve a ser protagonista de un escándalo más en su vida pública, gracias a un reportaje publicado por el The New York Times que asegura la vinculación sentimental y financiera de la actriz con Jeffrey Epstein, el multimillonario pederasta que se suicidó en 2019 mientras esperaba el resultado del juicio por tráfico sexual de menores.
La modelo, que siempre ha presumido de su etapa neoyorquina como si fuera un sueño dorado, ahora se enfrenta al repudio generalizado por tremenda noticia. Por ello ha intentado salir del paso haciendo unas declaraciones en el programa de Sonsoles Ónega, donde ahora trabaja. El tema ha estallado en redes, tras saltar a la palestra unas fotos de ambos en diversas fiestas que pintan un idilio con Epstein, pero ella lo niega rotundamente.
¿Flechazo en la Gran Manzana?
Nos remontamos a principios de los 80, donde todo arranca cuando Ana, con apenas 27 años y recién llegada a Nueva York para estudiar arte dramático, conoce a Epstein a través de un amigo común. Él, un joven de 28 años con pinta de galán de Wall Street, hace méritos para su conquista. Según cuentan, la invita a desayunar y le envía un chófer en un flamante coche Rolls-Royce para que la lleve al Actors Studio, un gesto que la deja boquiabierta. Pronto, los encuentros se vuelven diarios, y ambos comparten desayunos, homenajes a estrellas como Elizabeth Taylor y salidas en grupo con amigos como Ludovico y Anna Chu, sobrina de Marlon Brando.
Ana lo describe en sus memorias de 2012, como su «ángel de la guarda en Nueva York» y «el hombre perfecto del que nunca me enamoré», nada más lejos de la realidad desde luego. Aunque en cartas privadas de la época confiesa estar «por desgracia enamorada de un hombre americano con carácter tan difícil como el mío».
La cosa llegó a mayores porque incluso cuenta que intentó emparejarlo con su hermana Amalia durante un verano en España, cuando Epstein visitó Madrid y conoció a toda la familia García Obregón, pero (por suerte para ella) la chispa no prendió. Ella asegura que, pese a un intento de beso educado dos días antes de volver a España, nunca cruzaron la línea del romance. Además, Ana declara «con 27 años que tenía, ¿cómo iba a hacer de pederasta?», zanja tajante.

La convivencia entre ellos fue breve, pero intensa. Cuando el apartamento de Ana se incendió, él le abrió las puertas de su casa durante unas semanas, un gesto que ella recuerda con cariño filial, viéndolo como un príncipe salvador en una ciudad, considerara muy hostil. Sin embargo, The New York Times cuenta otra realidad y habla de «citas casuales» en las que Epstein la paseaba por Manhattan, fascinado por su belleza y contactos. Todo esto mientras tenía otra relación con la modelo sueca Eva Andersson, a quien sus allegados llaman «el gran amor de su vida».
Niega lazos económicos con la familia
El bombazo financiero llega cuando el medio estadounidense desempolva cómo Epstein, en plena crisis de la firma Drysdale Securities que perdió millones de dólares, se convierte en «cazarrecompensas» para familias adineradas españolas, entre ellas los Obregón. Los padres de Ana, magnates de la construcción e inmobiliario, y otros clanes con inversiones arriesgadas le contratan presuntamente para rastrear el dinero evaporado, y él, con ayuda de un exfiscal como Bob Gold, localiza los fondos en una sucursal de las Islas Caimán tras un año de pesquisa. Esa recompensa generosa, sumada a estafas como la del empresario Michael Stroll convierte a Epstein en un millonario de tan solo 31 años.
Por su parte Ana lo niega, «mi padre trabajó como un animal desde los 11 años, no hay relación económica ni con él ni con mi familia; la empresa familiar nunca quebró«. Desmiente que Epstein fuera contratado por los Obregón y recalca que su padre hizo fortuna por méritos propios, aunque el NYT cita testimonios que lo sitúan como gestor clave para recuperar esos activos. El escándalo se ceba en cómo este joven genio del dinero usó sus encantos con famosas del corazón como ella para escalar en la élite.
El shock del descubrimiento
La actriz cuenta que ignoraba su lado oscuro hasta 2010, donde se encontraba instalada en Miami cerca de su hijo Alex Lequio, cuando ve en TV una serie sobre un depredador sexual y reconoce a Epstein al final del capítulo. «No me lo podía creer, con lo dulce y educado que era conmigo; llamé a Amalia flipando», relata, añadiendo que incluso localizó su teléfono vía una estilista amiga para espetarle su decepción, pero se echó atrás en el último momento. Ella asegura que en las fiestas que compartieron, tuvo un trato impecable con las mujeres, por lo que su sorpresa fue aún mayor que la del resto del mundo.
Fruto de tanto revuelo, Ana estallaba en el programa que hace cada día en directo, «me repugna haber sido su amiga, me hierve la sangre unir mi nombre a un depravado así; estoy flipando, no es plato de buen gusto». Ya rechazó en 2021 hablar con los periodistas de The Wall Street Journal que llevaban el caso, porque temía que hubiera represalias. Por eso ahora matiza que solo tuvo con él una amistad de dos años y medio, pero nunca una relación de amor, amor ni ningún negocio turbio.
Pese a sus negaciones, las fotos de ambos en Nueva York, sus palabras en memorias y el timing de su ruptura con Miguel Bosé avivan las sospechas de que hubiera algo más que amistad. Ana insiste en que tuvo una «premonición» porque lo frenó y le comunicó que no quería nada más allá de una amistad. Todo apunta a que Epstein usó su buen trato con ella para tejer lazos dentro de la jet española, algo clave en su ascenso como magnate. Este escándalo llega en su hora más baja, tras la polémica con su hija Ana Sandra, y promete semanas de titulares, ¿víctima colateral o eslabón olvidado en la red del pederasta? Saquen sus propias conclusiones.

