Veni, vidi, vici. Bruno Mars ha sabido purgar los pecados cometidos el pasado sábado en la sala Shoko de Madrid. Recordemos que la discoteca invitó al cantante y vendió entradas para verlo que oscilaban entre los 40 a los 120 euros para la gente de pista y reservados VIP que ascendían a 4000 euros. La sorpresa del público llegó cuando efectivamente, Bruno Mars apareció pero solo los que disfrutaban de los inaccesibles reservados podían ver al hawaiano con nitidez y sin cabezas o brazos con teléfonos móviles por delante. Dos canciones y media y buenas noches. La indignación fue masiva. Las hojas de reclamaciones salían como churros y se habla, incluso, de una demanda conjunta contra la sala de fiestas.
No es culpa de Bruno Mars, obviamente. El concierto no era en Shoko, era en el Palacio de los Deportes de Madrid y era el lunes 3 de abril. Un telón con una corona de flores doradas que evocaba al rey al que aspira ser. Un juego de luces multicolor sin precedentes en un escenario que dicen jamás ha soportado tal nivel de producción. 17 exquisitas canciones cantadas y bailadas como quiso: en chándal y con la comodidad de estar reunido con unos 15.000 amigos. Hablan de que existe un legítimo heredero del Rey del Pop, Michael Jackson, y ese es él. 95 minutos de show donde las melodías se sucedían una tras otra, los ritmos se mezclaban al calor de las llamas de fuego que todo Madrid sintió. Hubo alguna que otra palabra en español latino -marca de la casa, no es el primer cantante americano que mete ese resbalón- y cero interacción con el público, quien por otra parte, no lo necesitó. Mars entregó lo que se le demandaba y la satisfacción de la victoria fue voz pópuli. ¡Gloria a Mars!