
Son las once de la noche. Un miembro del equipo de Cotilleo me echa el teléfono abajo. La agencia de noticias con la que colaboramos acaba de compartir un material fotográfico interesante. Es Diego Matamoros dando rienda suelta a la pasión en una terraza de Madrid. Y se ve lengua. Mucha.

«Más que frenesí, tanta sexualidad me despierta ternura. Me acuerdo de serrat»
Empatizo con él. Incluso sufro con él. Todos hemos actuado así alguna vez, queriendo desbordar felicidad cuando en realidad el alma, hecha jirones, sangra lágrimas de desconsuelo. Estas fotos llegan justo cuando su ex mujer, por la que sigue bebiendo los vientos, ha confirmado que no hay vuelta atrás. A pesar de sus intentos, Estela quiere empezar una nueva vida sin contar con él. Resulta, por tanto, poco convincente este amor repentino y dichoso que, tocado de muerte antes de nacer, es una tirita cosida en una herida que, auguro, no sanará tan pronto.
No hace falta analizar demasiado la secuencia para descubrir que Diego mira a cámara en varios instantes. Es consciente de que le están haciendo fotos. Flash, flash. Con cada disparo él sube un grado la temperatura. Pero más que frenesí, tanta sexualidad me despierta ternura. Me acuerdo de Serrat. No hay nada más amado que lo que perdí.


